Cuando San José era un pueblo antiguo, un pueblo de
carreta, gente sencilla, humilde y creyencera, existía una bruja que estaba
locamente enamorada del más apuesto de los muchachos del pueblo.
El muchacho tenía un gran apego a su fe cristiana y por
esto no quería tener nada con ella pero la bruja a través de sus artificios lo
logró conquistar. Vivieron juntos mucho tiempo y el muchacho se convirtió en un
ser parecido a ella.
Nadie en el pueblo estaba de acuerdo con dicha unión,
mucho menos el cura del pueblo. El muchacho, ya mayor, sufrió de una enfermedad
incurable y pidió a la bruja que si moría, le dieran los santos oficios en el
templo del lugar.
La bruja fue a solicitarle al sacerdote la última petición
de su amado pero recibió la negativa debido al pecado arrastrado en su vida.
Al morir su hombre, la bruja, determinada, por las buenas
o por las malas, “enyugó“ los bueyes a la carreta y puso la caja con el cuerpo
muerto, cogió su escoba, su machete y se encaminó hacia el templo.
Los bueyes iban con gran rapidez pero cuando llegaron a
la puerta del templo, el sacerdote les dijo, “en el nombre de
Dios paren”.
Los animales hicieron caso pero la bruja no, la cual blasfemaba contra lo
sagrado.
El
sacerdote perdonó a los bueyes por haber hecho caso y la bruja, la carreta y el
muerto todavía vagan por el mundo. Algunas noches se escuchan las ruedas de la carreta
pasando por las calles de los pueblos arrastrada por la mano peluda del mismo
diablo.
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