Mucho antes de la
Independencia de Guayaquil, incluso mucho antes del asentamiento de los
huancavilcas, existía un cacique que vivía en un cerro construido de oro, plata
y mármol. Este, a pesar de estar rodeado por grandes lujos, y ser uno de los
hombres más acaudalados, nunca pudo disfrutar de la felicidad plena.
Así, un día su hermosa
hija se enferma. Desesperado, manda a llamar al chaman más importante del lugar
para que cure a su heredera. Al llegar, el chamán le dice que para que ella se
libre de la enfermedad, el cacique debía despojarse de todos sus bienes y
devolverle a sus legítimos dueños todo lo que les robo. Entonces al no poder
despojarse de sus riquezas le dijo al curandero que prefería que su hija se
muera pero que por eso también iba a matarlo a él. Así, el cacique tomo un
hacha de oro y se lanzó contra el chamán, no obstante este se convirtió en una
nube de humo que se alejaba mientras que le gritaba su condena:
-Vivirás con tu
hija y tus tesoros en las entrañas del cerro – sentenció--. Hasta que tu hija,
que aparecerá cada cien años, encuentre a un hombre que la prefiera por sobre
sus bienes.
Luego de muchos años,
durante la época en la que se fundó la bella ciudad de Guayaquil, Nino de
Lecumberri, un teniente español, decidió escalar a la cima de cerro. Cuando lo logró,
vio pasar a una linda chica que llevaba puesto un vestido largo con los colores
del arcoíris.
En un abrir y
cerrar de hojas, la linda mujer lo transportó al interior del cerro, en donde había
un palacio cubierto de oro y plata. Allí le preguntó si prefería quedarse con
ella y ser su esposo o con todos los tesoros que veía. El teniente, atraído por
tantos lujos le dijo que estos le urgían, por lo que elegía quedarse con ellos.
De repente, la
joven comenzó a gritar mientras que el lugar se llenaba de lamentos. Se escuchó
una voz fuerte que salía de la figura de un cacique que decía:
-¡Maldito español,
ahora yo te aprisionaré para que sientas lo que es estar vivo sin estar vivo y
condenado por la avaricia!
Presa del miedo,
Lecumberri se arrodilló y dando gritos le suplicó a su patrona, Santa Ana, que
lo salve y lo saque de ese lugar. De pronto, milagrosamente se encontraba fuera
de ese terrible sitio que lo aprisionaba.
Agradecido por la salvación,
el español mando a edificar una cruz con la leyenda <<Santa Ana>>,
nombre con el que ahora se conoce a tan famoso sitio de Guayaquil.
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