En una humilde familia, el padre solía emborracharse en
las cantinas con frecuencia y cuando llegaba a horas de la madrugada a su casa,
hacía grandes escándalos. Se ponía a amenazar a cualquiera que se atreviera a
ponerle la mano encima. Muchas veces le pegaba salvajemente a su mujer por
motivos insignificantes. El hijo mayor de la familia, cansado de la actitud de
su padre, decidió pegarle un susto una noche cuando regresaba de sus andanzas
nocturnas.
Se consiguió un cuero peludo y cuando ya era hora de que
su padre volviera, se dirigió hacia un pinto oscuro y solitario del camino, por
el cual tenía que pasar su padre de regreso a casa.
Cuando el niño distinguió la sombre del hombre que se
acercaba, avanzó de cuatro patas al encuentro de su padre, convertido en un
horrendo animal.
El padre al ver aquella aterradora aparición, casi le da
un ataque por el susto y corrió rápido alejándose de aquel lugar.
La aparición del raro y atormentador animal continuó saliéndole
al cuento en el mismo paraje cada vez que el padre volvía de sus borracheras. A
pesar de todos los sustos, el padre no abandonaba su mala conducta y mucho
menos el vicio del licor.
Un día el hombre logró dominar el miedo que aquella
horrible aparición le producía y levantó la cruceta para acuchillar al espanto
pero antes del primer golpe, el hombre escuchó la voz de su hijo que muy
temeroso le gritaba que todo había sido una broma, que lo perdonara y que no lo
matara.
El padre no le gusto ser el
objeto de burla de su hijo y profirió una maldición en el muchacho: “De cuatro
patas andarás toda la vida.” La maldición se cumplió y aquel hijo se convirtió
en perro grande y negro, que la noche más oscura no lo es tanto como su
negrura. Esa fue la maldición que recibió el muchacho por haber asustado a su
padre: el sería el Cadejos, para horror de la gente y asustar a todos los
borrachos que anden ambulando por las calles.
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